Mi premier de la película Eduardo Manostijeras no fue el siete de diciembre de 1990 como en EEUU¹, sino que tuvo lugar en una pantalla pequeña de la televisión en blanco y negro que teníamos en nuestro piso de estudiantes. El pase era obligatorio ya que una de mis amigas, fan de Tim Burton, era también una persuasiva pigmalión. Las cadenas de televisión de los 90 emitían programas como Contacto con tacto de Bertín Osborne, precursor del actual Fist Dates y que cito porque su presentador cumple hoy sesenta y seis años; así que Belén, Paula y yo solíamos aceptar las recomendaciones cinematográficas impuestas por Petronia porque todo lo que a ella le apasionaba nos lo donaba con tanta energía como si de una transfusión de sangre se tratase. No te transmitía sus gustos de forma racional, sus consejos entraban por tus venas, se mezclaban en tu sangre y alcanzaban tu corazón hasta sentirlos como propios.

Eduardo Manostijeras es una obra maestra que combina magistralmente el bien y el mal, la fábula y la realidad, lo racional y lo emocional. La película es un cuento de hadas puro y transparente que, gracias a su guionista², transcurre haciendo homenajes al mundo gótico de Tim Burton³, todo envuelto en la música de la elegante banda sonora compuesta por Danny Elfman⁴.

A pesar de que en la tele que trajo Paula al piso el dinoseto de Eduardo Manostijeras/Bernini⁵ era gris y la urbanización de Florida carecía de colorido, la película me llegó a las venas y me convertí al timburtionalismo. Pertenecer a este club me ayudó a forjar amistad con mi amigo Ramón —fan también de Bertín 😂— y a contagiárselo a mi hermana pequeña a la que hoy hace tres años le contaba en un post que era el aniversario de la última misión del programa Apolo.

Petronia Locuta, te estoy agradecida de aquí a la eternidad⁶ por descubrirme la historia de amor⁷ de Johnny Depp⁸ y Winona Ryder y que el misterio de esa nieve en navidad depende de personas que tengan por corazón una galleta de jengibre.