Os voy a hablar de un viaje muy, muy largo. Tan largo, que puedo decir sin ser exagerada, que comenzó hace miles de años y todavía hoy continúa. A pesar de ello, o precisamente por ello, la primera etapa de ese trayecto fue corta y bastante casual. No se sabe a ciencia cierta qué animó a nuestro pionero a dar esos primeros pasos, a salir de los bosques que tan bien conocía, alejarse de su familia y adentrarse en lo desconocido pero, fuera lo que fuera lo que le movió a hacerlo, esa decisión cambiaría para siempre su vida y la de los suyos.
Aquella fría y nevada tarde de invierno, mi antepasado más remoto abandonó su manada y se acercó al lugar en el que descansaban vuestros antepasados, los primeros humanos. Quizá el calor que desprendía la hoguera, el olor a comida o simplemente la curiosidad que da alas a las mayores aventuras, hizo que el lobo salvaje se acercara más de lo habitual a las personas que comían alrededor del fuego. Entonces, ocurrió algo extraordinario: una de las niñas del grupo vio al lobo y lejos de asustarse, extendió su mano hacia la bestia ofreciéndole algo de comer y el lobo, lejos de asustarse, hizo algo aún más extraordinario. Decidió confiar en la niña y acercarse a ella. Y en ese momento mágico de conexión dio comienzo el camino que a partir de entonces, el animal y el hombre, emprendieron juntos.
Al principio, como nómadas, os acompañamos y os ayudamos a cazar. Juntos nos protegimos y nos dimos calor. Más adelante, cuando os establecisteis en aldeas, aprendimos a pastorear, a cuidar de nuestras casas y de los nuestros y a descubrir con vosotros el significado de la palabra hogar. Ya en esos primeros tiempos de común viaje, descubristeis que la fidelidad era una de nuestras mayores virtudes y quizá por ello, decidisteis que la estrella más brillante del firmamento, la que nunca falla y se ve siempre, se relacionara con nosotros: los antiguos griegos y romanos la llamaron Sirio y a la constelación a la que pertenece, Canis Majoris (Gran Perro); los chinos la conocerían como el Lobo Celestial; en los pueblos indígenas norteamericanos recibió nombres similares (Perro Luna o Estrella Coyote…) y muchas fueron las leyendas perrunas que dicha estrella inspiró. De esta manera, incluso en aquellos trayectos en los que no os acompañábamos, Sirio, el perro celestial os guiaba y os recordaba que os esperaba al regresar.
De aquellas aldeas surgieron ciudades, civilizaciones e imperios. El ser humano conquistó el planeta, cometió grandes errores y muchos aciertos, se cayó y volvió a levantarse y en todo ese tiempo nosotros estuvimos ahí, a su lado. Siempre leales.
Muchas noches, mi mejor amiga humana me cuenta etapas de esta odisea en las que los perros son los protagonistas. Me gusta conocer mi pasado y la escucho embelesada y atenta. Entre mis favoritos está Péritas, el perro que acompañó durante su vida a Alejandro Magno en sus viajes y conquistas. Tan querido fue que, a su muerte, Alejandro ordenó fundar una ciudad en su honor a orillas del río Hidaspes, en la actual India. Cuentan las leyendas que Péritas murió luchando con fiereza contra un elefante. No sé si eso será verdad pero lo que sí sé seguro es que fue un perro extraordinario.
Como extraordinarios fueron los valientes perros esquimales que llevaron a Amundsen, primero a la placa Ross en la Antártida y después al Polo Sur y que, con gran sacrificio y determinación, consiguieron traerlo, sano y salvo, de vuelta a lugar seguro.
Al Polo Norte, y lejos del sufrimiento de sus primos esquimales, llegó sentada como una tripulante más, la pequeña Titina acompañando a Umberto Nobile en su dirigible Norge, la primera aeronave que coronó el punto más al norte del planeta. Muchos fueron los viajes que, después de esta hazaña, el piloto y la fox terrier hicieron y que forjaron entre ambos una amistad inquebrantable.
Más peligrosa fue la historia de Seaman, el gran terranova que acompañó durante toda la expedición por Norteamérica hasta el Pacífico a Lewis y Clark. En un momento del viaje, unos indios secuestraron al gran perro y Lewis, hasta entonces poco dado a la violencia y a los enfrentamientos, amenazó con enviar hombres armados a la tribu de los ladrones si no le devolvían a su compañero de fatigas en perfectas condiciones. Por suerte para los indios, Seaman fue devuelto enterito y terminó con Lewis su increíble aventura.
Terranova era también Boatswain, el perro de Lord Byron del que no se separó en muchos de sus viajes y que inspiró a su muerte el bello poema que como epitafio adorna su tumba y que dice: Cerca de este lugar reposan los restos de quien poseyó belleza sin vanidad, fuerza sin insolencia, valentía sin ferocidad, y todas las virtudes del hombre sin sus vicios. Este elogio sería un halago sin sentido si fuera grabado sobre cenizas humanas. Pero es un justo tributo a la memoria de Boatswain, un perro.
Una de mis historias favoritas es la del debilucho Balto, un husky siberiano al que los mushers, los conductores de trineo, habían menospreciado por su aspecto y que consiguió recorrer 1000 largos kilómetros a través de la nieve y la ventisca, superando a otros 100 perros más grandes y fuertes que él, siendo el primero en llegar al pueblo aislado de Nome, asolado por una epidemia de difteria, con las vacunas que frenaron la terrible enfermedad.
Divertida y curiosa es la historia de Owney, el perro viajero que recorrió sin ninguna compañía humana, durante 11 años, América y parte de Europa y Asia en trenes y barcos. También fue conocido como perro de la suerte ya que en toda su vida ni uno solo de sus viajes sufrió accidentes o atracos.
En ocasiones, el viaje ha sido frío y aterrador como el de mis antepasados Tsygan y Dezik que fueron lanzados al espacio para probar la supervivencia de los seres vivos en ese entorno hostil. Ellos tuvieron suerte y lograron sobrevivir a tal proeza. Otros muchos, como la dulce Laika, la primera en volar en órbita alrededor de nuestro planeta, nunca regresaron. ¡Dice mi amiga humana que eso significa que Laika sigue en órbita volando sobre nuestras cabezas! ¡Pobre perrita Laika!
Hay episodios que me dan miedo y me tengo que meter debajo de las mantas mientras las escucho, como la del feroz Becerrillo que acompañó a los soldados españoles en la conquista de las tierras americanas y que sembraba el terror entre los indios que se querían escapar de los invasores.
Algunas veces las historias son tristes, como la del buen Hachiko, el perro que nunca viajó pero que esperó fielmente a su dueño enfrente de la estación en la que este cogía a diario el tren que lo llevaba a trabajar. El mismo lugar en el que lo esperaba pacientemente hasta que regresaba de su jornada laboral para acompañarlo a casa por las noches. El día que el profesor falleció en la universidad en la que daba clases no volvió a recoger a Hachiko y el fiel perro siguió esperando a su dueño durante 9 años en la misma plaza hasta que murió de viejo.
Hachiko no volvió a ver a su querido humano con vida, algo que sí pudo hacer el legendario perro Argos, que esperó a Ulises durante 20 largos años y que fue el único que reconoció al héroe a su vuelta a Ítaca. Una vez comprobó que su querido Ulises estaba bien murió el perro tranquilamente.
Dice mi amiga humana que Homero era un poeta muy antiguo y sabio y que con ese corto pero intenso pasaje, simbolizó a la perfección el amor incondicional de los perros por los seres humanos y la fidelidad eterna que nos une a ellos. Supongo que tiene razón y le hago caso, como siempre hago, aunque tengo que reconocer que pensar en las largas vidas de Argos o de Hachiko esperando sin olvidar me provoca una profunda melancolía.
Con Homero pues finalizo mi pequeño relato de héroes y aventureros caninos. Sería imposible resumir cada episodio de esta larga odisea y, aun pudiendo hacerlo, resultaría injusto mi pobre intento porque, además de todos esos perros con nombre y vidas conocidos, tendría que hablar, sobre todo, de los miles y miles de canes anónimos que forjaron nuestra historia del mismo modo que aquellos que, por suerte o por desgracia, alcanzaron fama o gloria. Incluso mi propio humilde y pequeño viaje, primero de la calle al refugio y después del refugio al que ahora es y siempre será mi hogar forma parte de esa epopeya. Quizá dentro de muchos años mi vida sea digna de ser contada o casi seguro, pase a formar parte de la historia de esos perros sin nombre. Pero de una forma o de otra, algo nunca cambiará: permaneceré siempre al lado de mi familia humana, pase lo que pase y estén donde estén, lo mismo recorriendo selvas y desiertos o mares que dando paseos cortos a la vuelta de la esquina.
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Al adoptar un perro estás salvando dos vidas: la del animal adoptado y la de un perro abandonado que podrá ocupar su lugar en el refugio.