Ayer, por una combinación perfecta de torpeza a causa de la lesión de mi mano y de tozudez para demostrar a mi conviviente que voy mejorando mis destrezas con el pulgar oponible, hice quebrar el borde de una de nuestras tazas con un golpe seco contra el lavavajillas. La pieza es sencilla, blanca sin adornos y de tamaño gigante, el favorito de Crusoe y que a mi me ilusiona utilizar porque se parece mucho a los tazones de leche con pan que mi abuelo llevaba a mi abuela para darle un beso de buenos días con su desayuno. Después del fastidio inicial, sosteniendo la cerámica en la mano sana y sopesando qué hacer, no pude evitar acordarme de cuando Leonor me llamaba la abuelita de la postguerra por mi bienquerencia a todo tipo de objetos y a reintepretarlos siempre antes de desecharlos. A Leo no le faltaba razón y por supuesto no tiré el tazón pensando en las segundas oportunidades como las que los japoneses les dan a sus cerámicas rotas con la técnica del kintsugi¹ o la de la paciencia y tenacidad de personajes Alesandro François de seguir buscando trozos para restaurar el valioso vaso griego que hoy lleva su nombre.

El vaso François es una simbiosis entre un tupperware de más de dos mil años y una revista de cotilleos con los escándalos de las celebrities del Olimpo; además de una constatación de que en el siglo VI a C ya distribuía una especie de Amazon por el Mediterráneo² y, en mi opinión una cerámica con pedigrí de escultura. La crátera³ François tiene más figuras que páginas el Hola especial 75 aniversario e informa con un miniaturismo descriptivo excepcional sobre la actualidad en cuanto a anécdotas, protagonistas, amores y desamores ocurridas en la morada de los dioses. En la parte central del vaso las figuras negras tosa las imágenes con pies de foto incluidas de la Boda de Tetis y Peleo⁴ (la novia acicalándose, los modelos de los invitados con el espectacular vestido que llevaba Hera…); incluye un reportaje con los emotivos detalles del funeral/juegos fúnebres por la muerte de Patroclo; incorpora un poco de morbo con la recreación del asesinato de la muerte de Troilo incluida la emboscada y el lugar del crimen… Y como buena publicación tiene los créditos de sus creadores: el alfarero Ergótimos, encargado de modelar la pieza⁵ soporte de este álbum con elegancia y firmeza, y el pintor Clitias, responsable de la exquisita decoración y de dar unidad a todas las escenas.

Podríamos decir que estos artistas áticos⁶ con ese afán narrativo, al pintar escenas sobre ánforas, esquifos, lekitos o kilix ¿estaban haciendo arte gráfica o elevando estos recipientes a la categoría de esculturas? Según Carmen Sánchez, profesora de Arte Antiguo de la Universidad Autónoma de Madrid⁷ estos vasos activan todos los sentidos.

El sentido visual a cargo del pintor resulta evidente (exigiendo en muchas ocasiones dinamismo del espectador e interactuar las piezas o moviéndolas o rodeándolas para verlas en su totalidad). El sentido del tacto lo aportan los alfareros con una textura especial suave al tacto y lo que nos cuesta más comprender es que ¡están pensadas para ser escuchadas! porque estas cráteras nos hablan como la tacita Chip, su madre la señora Potts y toda la vajilla del castillo de la Bestia, y esto lo consiguieron los artistas con los mensajes escritos que había que verbalizar en alto como: soy un hemoso vaso, alégrate y bebe … y ¡por supuesto que bebiendo y comiendo en ellas se activa el sentido del gusto y del olfato!

Para confirmar esta hipótesis sobre el pedigrí escultórico de la cerámica griega me encantaría escuchar la opinión de Miquel Barceló, porque me chifla su rotacismo y su manera de hablar, su pasión por bucear en el Mediterráneo y porque es un enamorado de la terracota. Descubrió el poder del barro⁸ porque el viento de Mali le impedía pintar y multiplicó su saber en la materia⁹ dando cuarenta puñetazos y otros tantos cabezazos por cada pan o pez que quería multiplicar en los retablos cerámicos del Santísimo Sacramento¹⁰ de la catedral de Mallorca¹¹. En la capilla, sumergidos en el mismo material con que los ceramistas griegos elaboraron hace tres mil años unos vasos indestructibles, Miquel entronca con la genealogía de Ergótimos y Clitias, firmando, como hicieran ellos, la pieza con su autorretrato como Cristo-alfarero¹²; recupera la forma rota del Vaso François con una obra agrietada por la cocción gestada en Italia y que se recompone como un puzzle mágico y el espíritu de una crátera griega, en la que se mezclaba el vino con el agua¹³, para contarnos el primer milagro de Jesús la metamorfosis del agua en vino como la arcilla en relato escultórico.

Así, mi recomendación para las reuniones navideñas es que saquéis la vajilla¹⁴ y que, si por torpeza, por no diluir el vino en agua o por tener limitado el campo de [visión por la mascarilla], se rompe alguna ánfora, crátera, plato o taza ¡qué siga la fiesta! porque siempre habrá una abuelita de la postguerra para restaurar al estilo del vaso François o un moderno Miquel Barceló.