Una ligera niebla se disipó y el sol iluminó Notre Dame el dos de diciembre de 1804. Hacía frío, la catedral se había engalanado tras los daños y el pillaje sufridos durante la Revolución, así que, después de años de deterioro y precariedad, Napoleón decidió utilizar las instalaciones de Nuestra Señora como símbolo de la concordia y escenificar la regeneración de Francia celebrando allí su consagración y coronación como emperador.
Se demolieron las casas pobres cercanas a la catedral y se pavimentaron las calles por dónde pasaría el cortejo, que fue un digno homenaje al majestuoso entierro de Alejandro Magno; se invitaron a personalidades extranjeras1; se hizo venir al Papa Pio VII (que esperó una hora a la llegada de Napoleón) para santificar el acontecimiento y como broche final David pintó la obra de propaganda perfecta de ese día —actuando como falso notario aplicó photoshop2 e iluminó sutilmente con una luz diagonal que entraba desde la parte superior derecha—, un gran cuadro que parece representar más un templo romano3 por el que se puede pasear4, que una iglesia. Cuarenta y ocho años después, en el aniversario de la coronación de Napoleón, se proclamaba emperador Napoleón III, su sobrino, dando inicio al Segundo Imperio Francés.
Y tan sólo cincuenta y cinco años después, otro dos de diciembre, nacía Seurat5, un pintor parisino muy distante del neoclásico David. Fue el padre del puntillismo y su fama se relaciona con un gran cuadro que representa una escena a sólo siete kilómetros en línea recta de la catedral de Notre Dame y que si intentas pasear por él te das cuenta de que la conexión de los puntos tiene sentido.
Y para terminar, el dos de diciembre de 1923 nacía la soprano más carismática de la historia, María Callas y, aunque también tuvo también problemitas con su madre como Napoleón, lo que conecta los puntos con él es que se dice que la mejor grabación de la historia de la ópera es su versión de Tosca, que transcurre cuando Napoleón vence a los austríacos en la batalla de Marengo6.
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Parece ser que Simón Bolivar asistió a la ceremonia y que le impresionaron los tapices, las banderas y el poco respeto a la Iglesia. ↩
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Rejuveneciendo a Josefina veinte años e incluyendo a Letizia, la madre del emperador, en un palco y en una situación superior a la del papa, para evitar los chismes de que no acudió porque no soportaba a su nuera. Pintó a un cardenal indispuesto que tampoco asistió a la autocoronación. Colocó en el centro de la composición al emperador sosteniendo la corona de Carlomagno. Además David se autorretrató en una tribuna por encima de la madre del emperador y dejó fuera de cuadro a personajes que le caían mal. ↩
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La corona de laurel era el atuendo favorito de Julio César (sufrió de un ataque de epilepsia en dos ocasiones mientras despachaba asuntos públicos, lástima que no se pudiera encomendar a la Santa de hoy) y llevándola mostraba la obsesión de establecer un vínculo directo con los emperadores. Ésta era muy pesada y cuando Napoleón se quejó al orfebre, éste le respondió: «es el peso de sus victorias» y retiró antes de la ceremonia seis. Cuando Luis XVIII recuperó el trono, la corona se fundió en un lingote de oro en la casa de la Moneda de París. Sólo se conservan dos de esas seis hojas: una en la familia del joyero y otra que se desprendió de la corona definitiva, ya consagrada por el papa, cuando Napoleón posó para un retrato y que le regaló al pintor como recuerdo a su torpeza. ↩
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Dimensiones: 9,79 metros de ancho por 6,21 de alto. Fue el propio Napoleón el que dijo: «¡Esto no es una pintura! ¡Se puede caminar por dentro!» ↩
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Carlos Mérida es otro grandísimo pintor que nació un dos de diciembre. Su obra se encuadra en la abstracción geométrica y viajó mucho a París para incorporar en México la visión de Kandinsky y de Klee. ↩
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Por esa batalla llamó Marengo a su caballo preferido que le llevó de victoria en victoria hasta Waterloo. Sobre la relación de otros animales con Napoleón es curiosa la censura a los traductores franceses de que el Cerdo protagonista de Rebelión en la Granja, en Francia se tenga que llamar César en lugar de Napoleón,lo entenderíamos mejor si se tratatase de un gato por la conocida ailurofobia del emperador. ↩
Ciudadanos. Una crónica de la Revolución francesa
Simon Schama
El historiador inglés Simon Schama publica en España Ciudadanos, un libro estupendo de más de mil páginas que cuenta, con un enorme talento narrativo y atención a los detalles, no solo la revolución en sí, sino de los años previos, el clima político e intelectual de la Francia del ancien régime y la causas que provocaron este suceso que cambió para siempre la historia.