En noviembre de 1989 tenía 17 años, cursaba COU, y me encontraba en proceso de adaptación a un colegio nuevo. Entonces había dos Alemanias, la RFA y la RDA, presididas por Helmut Kohl y por Erich Honecker, respectivamente. La RDA disfrazaba su totalitarismo bajo el nombre de República Democrática Alemana, por lo que de pequeña me había llevado su tiempo darme cuenta de que la Alemania buena era la RFA, y no viceversa1. Los deportistas de la antigua RDA sorprendían al mundo con sus impresionantes logros, que en mi ingenuidad atribuía a las consecuencias naturales del rigor de una preparación espartana y sacrificada, y no al dopaje; los habitantes de países pertenecientes a la órbita soviética tenían entonces un halo de heroísmo, sobreviviendo entre privaciones materiales, falta de libertades y bajo la permanente vigilancia del KGB o de la Stasi. En la televisión veíamos películas de Hitchcock como Topaz o Cortina Rasgada; Sting hacía canciones sobre la guerra fría en su debut en solitario; el presidente soviético Gorbachov lucía unas famosas manchas rojizas sobre su calva y empezó a utilizar palabras como glasnost (transparencia) o perestroika en foros internacionales con la repercusión suficiente como para que una adolescente conociera su significado.
Y entonces, en ese noviembre de 1989, ocurrió lo inesperado. El muro cayó, al igual que le cayó a Cela su ansiado premio Nobel de literatura unos días antes. Las clases de historia del colegio se centraron en el estudio de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias: el reparto y germen de la división de Alemania de Europa y Japón en las Conferencias de Yalta y Potsdam; los líderes que participaron en ambas; las lejanas islas Kuriles y las Islas de Sajalín; Stalin, Churchill, Truman, criminales nazis campaban a sus anchas en las horas de historia. Y por su parte, aquel curso 89/90 el profesor de literatura española consideró oportuno preparar la selectividad consagrándonos de forma principal al estudio de Camilo José Cela: elaboramos detallados esquemas y prolijos listados de los personajes de La Colmena y nos centramos, en resumen, en la vida obra y milagros de ese Nobel nuestro tan prosaico que hacía gala de su habilidad de absorber hasta un litro de agua por el culo.
Finalmente las opciones de literatura española en la Selectividad del verano del 90 fueron o un poema del siglo de oro español, o la novela de un autor sudamericano del siglo XX. Y en Historia, vaya por dios, nada se supo de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces quedé vacunada contra toda clase de vaticinios, augurios, predicciones y pronósticos y, al igual que los catedráticos que seleccionaron el contenido de las pruebas selectividad, decidí hacerme impermeable durante una temporada a las veleidades de la actualidad.
Gracias a mi amiga Ángeles supe hace escasos días que, efectivamente, el muro cayó, pero no en junio sino en la convocatoria de septiembre. Y trazando un frívolo paralelismo propio de la decadencia de pensamiento de una ciudadana occidental, tengo que decir que cayó demasiado tarde para mí, pero sobre todo, para las cerca de 100 personas que murieron intentando cruzarlo, la última de ellas el 5 de febrero de 1989.
Un 22 de diciembre de 1989 se reabrió la puerta de Brandeburgo. Hoy se cumplen 30 años desde entonces, simbolizando esa fecha el fin de 40 años de división de Alemania, llevada a cabo en 1949. Un acontecimiento tan importante que cuando invitaron a celebrar el fin de año a David Hasselhoff con un concierto en Berlín, Mitch Bucanan eligió el histórico emplazamiento de la puerta de Brandeburgo para su famosa actuación de fin de año del año 1989.
Un año después, el 22 de diciembre de 1990, fue nombrado presidente de Polonia Lech Walesa, poniendo fin al yugo comunista que tan bien retrata la película polaca Cold War.
Y también en Berlín, un 22 de diciembre de 1938 se consiguió la primera fisión nuclear de la historia, a cargo de un equipo dirigido por Otto Hahn, director de química del Instituto Kaiser Wilhelm, del que formaba parte la científica Lise Meitner, a la que se considera la principal autora de ese hallazgo. Sin embargo, no fue Lise Meitner, sino Hahn, quien obtuvo el nobel de Física por sus hallazgos en materia de fisión nuclear, y su caso es uno de tantos ejemplos de descubrimientos científicos realizados por mujeres y obviados por el comité del Nobel, que acaba premiando a un compañero varón en su lugar.
En estos días de excesos gastronómicos de origen religioso debemos recordar que un 22 de diciembre de 1911 nacía Álvaro Cunqueiro, poeta, periodista, novelista y, sobre todo, gastrónomo. Espero devolver algún día a Rodrigo el libro La Cocina cristiana de occidente. Un buen libro para regalar. Porque, como dice alguna reseña literaria, el hombre civilizado ha puesto mucha más imaginación en la cocina que en el amor o en la guerra.
Unos nacen y otros mueren. El 22 de diciembre de 1943 fallecía a causa de una neumonía Beatrix Potter2, naturalista autodidacta, conservacionista, escritora, ilustradora y autora de fábulas infantiles. Su padre era abogado, aunque su tiempo lo destinaba a visitar los muy británicos Gentleman´s clubs. Su madre, al igual que su padre, era una de esas afortunadas personas que no necesitaban trabajar para vivir. Aunque ambos eran personas cultivadas y vivían de las herencias de sus respectivas familias, no fueron muy generosos con su hija: cuando Beatrix creció, a diferencia de su hermano, que recibió una educación al uso, la hicieron responsable del cuidado del hogar, dificultando su educación y entorpeciendo sus ansias de conocimiento científico. Beatrix es mundialmente famosa por crear un mágico universo infantil en el Lake District inglés, poblado de conejos, ocas o ardillas humanizados.
Y otros nacen por segunda vez: en Rusia, un 22 de diciembre de 1849, un siglo antes de la creación del Telón de Acero, Fiodor Dostoyevski es indultado in extremis ante el pelotón que iba a fusilarle, bajo el cargo de conspirar contra el Zar Nicolás I. Un feliz acontecimiento gracias al que hoy podemos disfrutar de la lectura de Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov, El jugador, El eterno marido o El idiota.
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Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial y la división de Alemania, Berlín quedó dividida en cuatro sectores de ocupación. En 1949 los tres sectores occidentales se unieron formando la RFA y el soviético la RDA. Desde entonces hasta 1961, casi tres millones de alemanes abandonaron la RDA, por lo que Berlín Este inició la construcción del muro en la noche de agosto de 1961, tratando de poner freno a la sangría demográfica que privaba a la RDA de trabajadores en su mayoría cualificados. Con la edificación del muro ese año, y con el Foso de la Muerte, la Puerta de Brandeburgo quedó atrapada en tierra de nadie. Durante ese período oscuro únicamente pudo ser visitada por los temibles guardias de fronteras y por visitantes especiales de la RDA. ↩
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Es menos conocida su faceta naturalista: realizó cientos de dibujos de asombrosa minuciosidad de setas y hongos e investigó las esporas, y la relación de los hongos con las algas. En 1997, la comunidad científica británica reconoció a título póstumo, y de forma muy tardía, la innovación que supuso en su día los descubrimientos micológicos de Potter, ignorados por su condición femenina. Una escritora y científica adorada por muchísimos japoneses, que peregrinan a la zona del Lake District que tanto luchó en preservar, y también por Josefina, doctora en Etnobotánica. ↩
Los osos que bailan. Historias reales de gente que añora vivir bajo la tiranía.
Witold Szablowski
Durante cientos de años, los gitanos búlgaros entrenaron osos para bailar, integrándoles en sus familias y llevándolos de gira por carretera para actuar. A principios de la década de 2000, con la caída del comunismo, se vieron obligados a liberar a los osos en un refugio de vida silvestre. Pero incluso hoy, cuando los osos ven a un humano, todavía se levantan sobre sus patas traseras para bailar.