En varias ocasiones, cuando terminaban las clases, nos llevaban de excursión escolar hasta la Virgen de la Roca en Baiona. Esas salidas —para mí no muy distintas de las aventuras por el Lake District de las de los niños Walkers en Swallows and Amazons— las recuerdo como una mezcla de respirar aire puro y salado, de sentir calor en la cara de tanto correr, de comer con mucho apetito la tortilla con regusto a fiambrera que había visto cocinar a mi madre, de encontrar refrescante el agua con esencia de cantimplora de aluminio y de hacer mi propia versión de la historia de esa estatua gigante al estilo del cuento del Príncipe feliz —y la golondrina— de Oscar Wilde.
Tengo una amnesia total de los profesores que nos llevaron, de cuáles eran los objetivos de la salida: destacar la importancia histórica de Baiona en el Descubrimiento de América, explicar geografía desde el enclave de la ría, despertar interés solidario en la recaudación del monumento o destacar la importancia de la escultura en el arte.
En mi imaginación la estatua de la Virgen había estado cubierta de finísimas hojas de oro, los agujeros cuadrados de su manto alojaron diamantes y sus ojos —ahora de mármol blanco— algún día fueron zafiros, todas estas riquezas se las había desprendido una golondrina1 para devolver la riqueza al pueblo marinero.
Todo cuadraba, mi cuento favorito de Navidad, con unos pequeños ajustes, se hacía real: La golondrina era el símbolo mariano, la patrona de todos los marineros es la Virgen del Carmen, los marineros tenían la costumbre de tatuarse esta ave por cada cinco mil millas náuticas navegadas. Y además, si durante muchos años Aristóteles mantuvo que las golondrinas se podían esconder durante el invierno bajo el barro de los lagos y levantarse en la primavera, ¿por qué no puede mi cuento de hoy 8 de diciembre terminar colocando al lado del corazón de la Virgen de la roca2 a una golondrina?
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La golondrina anuncia la llegada de la primavera, es el pájaro de la esperanza por eso acompaña a María para anunciar la nueva vida. ↩
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Para hacer más llevadera la subida de la escalera de caracol que hay en el interior de la Virgen de la Roca cada vuelta de peldaños hay unos azulejos con el texto del Ave María. ↩
Salomé
Oscar Wilde
La cabeza de Juan el Bautista a cambio de una danza erótica: esta pieza teatral en un acto de Oscar Wilde lo reunía todo para escandalizar a la sociedad victoriana. Esta edición se adorna con las ilustraciones de Aubrey Beardsley y está traducida por Rafael Cansino Assens.