Cuando nos adentramos en las Hoces del Duratón no íbamos preparados para hacer esa senda de 24 kilómetros bajo el sol de Sepúlveda. Nos habíamos metido en la mayor colonia de buitres leonados en libertad de Europa sin tener muy claro cuánto tardaríamos en recorrerla. Al principio todo era interesante, intentando descubrir los nidos en las paredes verticales de los acantilados y bromeando sin ver el parecido a las caricaturas de los Beatles en el libro de la Selva1 o a los futbolistas de la Quinta del Buitre.
A los pocos kilómetros nos quedamos sin cobertura y sin agua. Continuamos de buen humor un rato más hasta que el sol empezó a calentar y notábamos cómo en silencio nos sobrevolaban2 desplegando su envergadura de dos metros y medio algunas de las quinientas parejas que anidan en el parque. Creo que fue Crusoe el que imaginó la redacción de la noticia de los periódicos en los días siguientes: «[Agencia EFE] Aparecen los huesos de unos excursionistas paletos deshidratados. Se sospecha que sus cuerpos fueron devorados por buitres 3 para dar de comer a sus polluelos en época de cría». En ese momento no lo pensamos, pero ese final sería una bendición como entierro… si fuésemos budistas, claro.
Desde hace 5.000 años y a 4.600 metros de altitud, en el Tíbet, donde resulta complicado encontrar leña para cremaciones y muy costoso cavar tumbas, los muertos son entregados a los buitres en un funeral celeste. El cuerpo del fallecido es el alimento de estos ángeles portadores de buenos presagios. Estos buitres sagrados no matan, forman parte del curso natural de la vida y la muerte, y devuelven los cuerpos al silencio del que vienen. Los familiares, por extraño que nos parezca a los que estamos más acostumbrados al castigo de Prometeo, encuentran consuelo en esta protección celestial de los buitres.
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Los buitres del libro de la Selva se parecen a los Beatles porque iban a interpretar una canción de la banda. Los animadores crearon los dibujos para ellos pero cuando Lennon se enteró vetó esta proposición diciendo: «Los Beatles nunca van a ser el jodido Mickey Mouse». Para escuchar en Central Park en memoria al Beatle que no quiso animar a un buitre. ↩
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Ver o mirar volar a las aves es lo que se denomina auspicio (avis, ave, y spicio, mirar). La ubicación de la ciudad de Roma fue decidida, curiosamente, por el cómputo de buitres avistados: Rómulo divisó doce sobre el monte Palatino, y su hermano Remo sólo seis. ↩
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Una descripción inmejorable de los buitres por Mónica Fernández-Aceytuno ↩
Historia de Roma desde su fundación.
Tito Livio
Este volumen cubre desde los orígenes y la fundación de Roma, con la historia de los reyes y el periodo que va desde el principio de la República hasta el asalto, saqueo e incendio de Roma por los galos y su posterior liberación. Mola mucho.