Proteo era un dios del mar encargado de cuidar los rebaños de focas de su padre Poseidón. Como premio a una labor bien realizada, se le concedió el don de revelar el porvenir y de conocer todos los secretos del tiempo pasado, presente o futuro: un don ideal de cara al sorteo de la lotería de Navidad.
Para evitar el acoso constante, Proteo cambiaba de forma a menudo, metarfoseándose en jabalí, tigre, dragón, agua, llama o roca; sólo el que lograba capturarlo era merecedor de sus pronósticos. En honor a esta divinidad, la flor nacional de Sudáfrica lleva su nombre, por la gran facilidad con que sus variedades, más de ochenta, cambian de forma.
Las proteas son fósiles vivientes, tan antiguas como las magnolias: existían antes de la separación de los continentes y han convivido con los dinosaurios. Son enormes y espectaculares, con varias floraciones anuales; a veces la denominan bosque de azúcar, una tentación para ser polinizada por los pájaros sol y los escarabajos. Sus semillas se almacenan en unos conos ignífugos que, al igual que las coníferas, son liberadas tras un incendio.
En homenaje al dios griego y por sus cualidades ocultadoras y escurridizas, también se llama Proteo uno de los cuerpos más oscuros del sistema solar, el segundo satélite más grande de Neptuno. Esta luna de forma irregular y color del hollín refleja menos de un diez por ciento de la luz que recibe del Sol; sin duda, en estas condiciones sería imposible que germinase ninguna protea.