Adviento 2017, dĂ­a 24
Noche de olivo

En Nochebuena regresamos a casa y recordamos a los que compartieron nuestras aventuras y ya no están. Nadie representa mejor el retorno del superviviente que Odiseo. Después de muchas aventuras —incluido un Cíclope cegado por una viga de olivo— la Odisea tiene un emocionante final botánico, en el que Ulises, el que llega felizmente tras el camino, vuelve a su isla después de veinte años de ausencia. En Ítaca se reencuentra con su padre, Laertes, que le reconoce gracias a la enumeración de los árboles de su infancia: trece perales, diez manzanos, cuarenta higueras… El saber transmitido sobre las plantas del jardín familiar se convierte en prueba de su identidad.

Seguramente Homero —que nombró en sus obras cerca de sesenta especies de flora mediterránea— no sabía nada del diluvio ni de Noé, ni de que el olivo tiene el mismo número de cromosomas que los seres humanos, cuarenta y seis. Sin embargo, sabía otras cosas quizás más importantes cuando lo eligió como símbolo del amor de los monarcas de Ítaca: sus cualidades sagradas, su resistencia al frío, su poder de regeneración ante los incendios, y su valor como materia prima de aceites, lámparas y jabones. Y fue la prueba que necesitaba Penélope para reconocer a Ulises como su marido: Ulises había construido su tálamo nupcial con la raíz de un olivar, y esos cimientos profundos lo hacían inamovible: el recuerdo de esa intimidad los reúne como pareja. Ulises y Penélope se ponen al día, duermen juntos y, al amparo del olivo, recuperan el tiempo perdido.

Os dejo un dibujo para desearos una feliz Noche de Paz. Nos vemos, si Dios quiere, el próximo año.