En Nochebuena regresamos a casa y recordamos a los que compartieron nuestras aventuras y ya no están. Nadie representa mejor el retorno del superviviente que Odiseo. DespuĂ©s de muchas aventuras —incluido un CĂclope cegado por una viga de olivo— la Odisea tiene un emocionante final botánico, en el que Ulises, el que llega felizmente tras el camino, vuelve a su isla despuĂ©s de veinte años de ausencia. En ĂŤtaca se reencuentra con su padre, Laertes, que le reconoce gracias a la enumeraciĂłn de los árboles de su infancia: trece perales, diez manzanos, cuarenta higueras… El saber transmitido sobre las plantas del jardĂn familiar se convierte en prueba de su identidad.
Seguramente Homero —que nombrĂł en sus obras cerca de sesenta especies de flora mediterránea— no sabĂa nada del diluvio ni de NoĂ©, ni de que el olivo tiene el mismo nĂşmero de cromosomas que los seres humanos, cuarenta y seis. Sin embargo, sabĂa otras cosas quizás más importantes cuando lo eligiĂł como sĂmbolo del amor de los monarcas de ĂŤtaca: sus cualidades sagradas, su resistencia al frĂo, su poder de regeneraciĂłn ante los incendios, y su valor como materia prima de aceites, lámparas y jabones. Y fue la prueba que necesitaba PenĂ©lope para reconocer a Ulises como su marido: Ulises habĂa construido su tálamo nupcial con la raĂz de un olivar, y esos cimientos profundos lo hacĂan inamovible: el recuerdo de esa intimidad los reĂşne como pareja. Ulises y PenĂ©lope se ponen al dĂa, duermen juntos y, al amparo del olivo, recuperan el tiempo perdido.
Os dejo un dibujo para desearos una feliz Noche de Paz. Nos vemos, si Dios quiere, el próximo año.