Durante catorce años, el dieciocho de Pluviôse (o siete de febrero) fue la festividad del tejo en el calendario republicano francés; se trataba de sustituir la tradición de asociar santos a cada día por nombres de arbustos, árboles y plantas, principalmente. Estos criterios «racionales» no acertaron mucho con este árbol, considerado desde siempre como sagrado. Para mí, el tejo es el Stonehenge de los seres vivos con alma de Terminator.
Este árbol se asemeja al monumento megalítico de Gran Bretaña por su antigüedad —el Taxus Baccata es la especie más longeva de las europeas, contemporánea de la Pirámide de Giza— y por su sacralidad, recogida en fábulas nórdicas sobre el dios del arco, mitos celtas, historias de suicidas romanos, supersticiones cristianas de protección en los cementerios, etc… Incluso muchos piensan que el tejo fue el árbol de navidad original.
Un terminator es invulnerable, aniquilador y, a la vez, salvador. El tejo vive ciclos de dos mil años y se regenera autoplantando una de sus ramas como raíz en su propia oquedad: en un tejo han vivido cientos de tejos. La madera del tejo o taxus se utilizó, por su resistencia y flexibilidad, para fabricar los mejores arcos y flechas que se impregnaban del veneno del árbol (toxikon) para mayor efectividad: un verdadero T-1000 de la Edad Media. Los aparentes defectos del tejo se convierten, increíblemente, en una bendición; recientemente se ha descubierto que uno de sus componentes, el taxol, es un inhibidor de la división celular, por eso del tejo se obtiene un potente anticancerígeno. Cumple la profecía de dar la vida y también de quitarla.
El terminator-tejo también ha hecho viajes en el tiempo; concretamente, del 3255 AC a 1991, gracias a la momia congelada de Ötzi, un hombre que apareció congelado en los Alpes. El bueno de Ötzi debía pasar bastante frío, porque no usaba textiles, el nombre que damos a los tejidos obtenido con las fibras de la corteza de nuestro árbol; pero sí herramientas de madera de tejo, la madera de los primeros árboles de Navidad.