A la hierba que nosotros denominamos comúnmente diente de león, por la forma serrada de sus hojas, los anglosajones la llaman dandelium o reloj de viejo, en alusión a un juego en el que el número de soplidos que se necesitan para dispersar todas las semillas marca la hora.
Al principio su flor es de color amarillo; aunque en realidad es una combinación de más de cien flores individuales diminutas, cada una con su propio sistema reproductivo. Con el tiempo, como todas las cabelleras, va mutando a canosa, convirtiéndose en una bola con pelusa blanco-grisácea a la que resulta irresistible no soplar.
Al igual que cuando se está de cumpleaños —como hoy mi sobrino David y mi amigo Suso— se apagan las velas pidiendo un deseo, esparcir estas semillas de un soplido cumple la misma función. Puede que este poder mágico sea un agradecimiento que nos hace esta planta por la contribución que nuestros soplidos hacen a su polinización. Precisamente la observación del proceso de la propagación, como minúsculos paracaídas, de estas aerodinámicas semillas, inspiró a Leonardo para sus diseños voladores.