Todos los veranos en la zona sombrĂa de la casa de mis abuelos crecĂan calas, de las que entonces ignoraba el acertado origen de su nombre (καλός significa bello), los diferentes simbolismos de pureza o erotismo, y su toxicidad: simplemente me gustaban porque me parecĂan elegantes y diferentes a las demás flores.
Los alcatraces, lirios de agua, calas de EtiopĂa, cartuchos, flores de pato, o de jarro inspiraron a pintores como Tamara Lempicka, Frida Kahlo —y sus amados y amantes Diego y Georgia—, y fotĂłgrafos como Man Ray y Robert Mapplethorpe. Sin embargo, con toda mi admiraciĂłn por esas obras, ninguna me produce las sensaciones de aquellos veranos.
ElegĂ esta fotografĂa de Zantedeschia aethiopica de Juan Crusoe de una cala de nuestro balcĂłn, porque enlaza con mis primeros descubrimientos de jardinerĂa, captando muy bien la esencia de la planta, dĂłnde el color blanco —lo que denominamos flor con forma de embudo o bráctea— es en realidad una hoja modificada que envuelve la verdadera flor, el asta o espádice de color amarillo. Esta flor no tiene tallo; de su rizoma subterráneo nacen directamente las hojas, unas lanceoladas con forma de corazĂłn y otras como la de la fotografĂa.