Los cactus me vuelven loca, pero el que me alucina es el cactus de los Cuatro Vientos. Una de las más antiguas civilizaciones peruanas, la cultura chavín, empleaba esta esbelta planta mágica —contiene mescalina y otros alcaloides— para la adivinación y la cura de diversos males. Los chamanes creían que los cactus con cuatro costillas eran los más potentes, ya que veían representados en ellos a los cuatro vientos y los cuatro caminos.
Más tarde, ese cactus fue rebautizado como Cactus de San Pedro: unos dicen que porque el que lo ingiera tiene bastantes posibilidades de encontrarse con el Santo; otros sostienen que Simón Pedro encontró las llaves celestiales tras haber comido de esa planta; y no son pocos los que opinan que la denominación tiene que ver con la facilidad de crecimiento de esta planta hacia el sol a grandes altitudes.
Me extrañó no encontrar pinturas de cactus de Georgia O’Keeffe, una artista fascinada por el desierto de Nuevo México y la botánica. Lo único que descubrí es que O´Keeffe prefería recoger calaveras y huesos para retratarlas en su estudio como imagen suave y pulida del desierto; sin embargo, los malpensados sostienen que su costumbre de trabajar totalmente desnuda complicaba bastante la posibilidad de pintar cactus con la seguridad necesaria.