Adviento 2017, dĂ­a 17
Azafranes de reyes y pastores

Este otoño, cuando recolectamos pétalos de azafrán silvestre en la Serra da Capelada, eché de menos algún tipo de Shazam botánico —o conocer a alguien como el escritor de la La vida del pastor— para analizar las diferencias de esta iridácea con su prima, la famosa y deseada rosa del azafrán.

Tenía claro su parentesco: seis pétalos de color morado, ambas florecen por la misma fecha. Poco a poco aparecieron las diferencias: el azafrán de la montaña, crocus nudiflorus, crece de modo espontáneo, es tóxico e inodoro y carece de los tres estigmas rojos característicos del verdadero azafrán, crocus sativus, del que se obtiene la especia más cara, ofrenda de dioses, evocadora de colores, perfumes y tesoros de oriente y la única capaz de conquistar vista, olfato y gusto al mismo tiempo.

El falso azafrán está vinculado a la vida pastoril. Quizás los pastores de Belén ya lo conocían por su nombre de quitameriendas —en la fecha de su floración, al hacerse de noche antes, se prescindía de la merienda para que no coincidiese con la cena—, o por el de despachapastores, por marcar el inicio de la transhumancia.

Y ya puestos a imaginar novedades del Nacimiento, me gusta fantasear con la posibilidad de que el oro que trajeron los Reyes Magos, acompañando al incienso y a la mirra, fuese, para sorpresa de los pastores, azafrán, oro rojo, la especia más poderosa, versátil y cara del mundo.