«Si nunca has estado en Tombuctú, ponte en plan, aventurero». Hace ya casi 30 años se publicó ese consejo para los nacidos bajo el signo zodíaco de piscis en el periódico local Atlántico Diario, que había asignado la redacción del horóscopo a una persona dotada de mucho sentido del humor y poca fe en ese método de predicción no demostrada basado en la posición de los astros en el momento del nacimiento.
A veces los viajes soñados llegan de manera casual. Una manera como cualquier otra de acercarse desde la distancia a una ciudad y un país. Desde entonces, Mali y Tombuctú se acercan, envían señales en forma de noticias —las últimas muy tristes—, música y viajeros ilustres que la han visitado. Tombuctú se lleva un privilegiado cuarto puesto como ciudad más odiada por los turistas en una encuesta hecha en una página web de viajes. Su exótico nombre quizá sugiera bellos palacios, fastuosos tesoros, esbeltos tuaregs con ojos pintados de Khol, expectativas que se veían frustradas al darse de bruces con la realidad de una ciudad decadente y azotada por la arena del desierto. Según un estudio británico, un tercio de los encuestados no creía que realmente exista una ciudad llamada Tombuctú.
Aquí tenemos diez motivos y diez formas de visitar Tombuctú y Mali desde la distancia, a través de su música, de sus imágenes, a través de los lugares a los que nos transporta la hermosa sonoridad de los nombres de sus ciudades.
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Para seguir los pasos que siguió un granadino hace más de 500 años, León El Africano, cuya vida novelada publicó a en 1986 el escritor libanés Amin Maalouf. León fue uno de los miles moros expulsados de Granada en 1492, y a él le debió el mundo occidental una prolija descripción de África que entregó al Papa León X en 1520. Así conoció Roma y occidente la existencia de Tombuctú, una ciudad milagrosamente levantada en medio del desierto, dotada de mezquitas como Sankoré, Djingareyber y Sidi Yahya, construidas gracias a las riquezas del comercio de oro, sal y marfil. Así conoció Europa la existencia de los pequeños reinos sahelianos de la época, que controlaban las rutas comerciales que atravesaban el desierto del Sáhara entre los siglos IX y VIII. Entre las ciudades que los componían, dotadas de una gran autonomía y a orillas del Río Níger, destacaban principalmente Tombuctú, Gao y Djenné.
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Porque Tombuctú fue durante décadas símbolo de lo lejano y lo desconocido. Tombuctú era considerada la Alejandría del África negra, la ciudad de los 333 santos, puerta del desierto, punto de encuentro entre el norte de África y el Sahel, un lugar mítico (y místico) por su inaccesibilidad. Mítica porque muchos viajeros occidentales de tiempos pasados habían oído el eco de su nombre, quisieron conocerla y murieron en el intento. Como el escocés Mungo Park, que pese a ser un gran conocedor del continente africano, no llegó a cumplir su sueño de llegar a Tombuctú. Mística, porque entrar en ella estuvo vedado a viajeros no musulmanes. Una ciudad que en el siglo XVI llegó a tener 100.000 habitantes y que con el paso de los años y de los siglos, a causa de la desaparición de las rutas comerciales a través del desierto, sus duras condiciones climatológicas, el desabastecimiento de agua y la guerra que la asola ha visto cómo su población ha ido mermando hasta los escasos 30.000 habitantes actuales. Un lugar en el que empaparse del encanto decadente de los lugares en los que se adivina un pasado esplendoroso ya desaparecido.
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Porque en Tombuctú se esconden bibliotecas centenarias, que han sobrevivido milagrosamente hasta llegar a nosotros. Desde Toledo huyó en 1468 Ali Ben Ziyad, de la familia Al-Quti, iniciando un largo viaje que lo llevaría primero al Magreb, recalando finalmente en Tombuctú, junto con una fabulosa biblioteca familiar, hoy conocida como Fondo Kati, que reúne unos 12.500 manuscritos, volúmenes de libros, documentos y pergaminos pertenecientes a moriscos españoles asentados en los reinos sahelianos entre los siglos XIV y XVI. Muchos de ellos llevan en sus márgenes 7126 textos sobre la historia de Al-Ándalus, del Sur de Francia, de los Imperios de Gana, de Mali, del Songhai y de la propia familia Kati. La biblioteca andalusí tuvo que huir clandestinamente de Tombuctú en el año 20121, escapando de la guerra y del integrismo religioso musulmán, y vivirá un exilio esperemos que dorado en Toledo, Jerez y Tarifa. Porque la intransigencia y el fanatismo son como un bumerang: la intolerancia política y religiosa cristiana hizo que la biblioteca andalusí atravesara miles de kilómetros desde Toledo a Tombuctú en 1468, y el integrismo religioso islamista la devuelve más de 500 años al lugar del que partió.
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Porque en la región de Tombuctú y Mali aún sobreviven juglares. Mali es uno de los países subsaharianos que cuenta con la existencia de los griots, narradores orales, cantantes y músicos, similares a nuestros trovadores medievales. Los griots son elemento esencial en todos los grandes ritos en el África occidental subsahariana: nacimientos, ceremonias de circuncisión, bodas y funerales. Algunos de esos griots han alcanzado fama mundial, como Baba Sissoko, Toumani Diabaté, Abdoulaye Diabaté, o Boubacar Traoré, o las griots o jelis femeninas Fanta Damba o Ami Koita. La riqueza musical de Mali ha atraído a numerosos músicos occidentales, que no quisieron perder la ocasión de realizar trabajos conjuntos con artistas malienses. Conocida fue en su día la colaboración de Alí Farka Touré con Ry Cooder en 1994 con Talking Timbuktu. O la de Toumani Diabaté con Arnaldo Antunes en la presente década, A Curva da Cintura. Otro gran fan de la música maliense es Damon Albarn, que también ha colaborado con Toumani Diabaté a través de conciertos y con la publicación de un disco colectivo. Desgraciadamente la guerra y la invasión salafista de Tombuctú y su área de influencia han obligado a numerosos músicos a una huir de la zona y buscar refugio en Bamako y el sur del país.
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Para conocer Bamako, la capital, de la que son originarios Amadou et Mariam2, pareja de músicos ciegos que han atraído a Manuel Soto, de Mártires del Compás, con el que colaboraron en el año 2000, o a Manu Chao, que años más tarde produjo su trabajo Dimanche à Bamako. Y porque en Bamako se organiza una bienal de fotografía, la manifestación más importante de creación fotográfica en el continente africano y cita artística y cultural de primera magnitud.
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Mali es la principal depositaria, junto con las vecinas Níger y Burkina Fasso, del acervo musical Tuareg3. El Festival au désert se celebra anualmente con el objetivo principal de difundir la música tradicional Tuareg. Tuvo distintas localizaciones desde sus inicios, una de las últimas, Tombuctú. Desde el año 2013 el Festival del Desierto se exilió de esta ciudad.
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Porque no nos gusta que, pese a contar con valiosos recursos naturales, Mali sea uno de los países con renta per cápita más bajos del planeta. Porque en un lugar como Mali puedes creer, aunque sea por un instante, que el valor de un país no se encuentra en el oro, o el uranio, sino en los ríos de tinta de sus cientos de bibliotecas privadas. Y es que en Mali se da no una, sino decenas de veces, el milagro de las bibliotecas que viajan en el tiempo atravesando siglos, sin la ayuda del Delorean. El Fondo Kati, no es un hecho aislado: en diferentes localidades del actual Mali, en Tombuctú y en su región se localiza un gran número de bibliotecas semejantes, con un gran valor histórico. Porque solo en un país como Mali se puede encontrar una aldea de 65 habitantes que acoge una biblioteca centenaria. Algunas de estas bibliotecas no han corrido la misma suerte que el Fondo Kati, y han sido pasto de las llamas, a manos del fanatismo religioso salafista.
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Porque es el país de los dogones. El pueblo dogón es un gran conocido de los aficionados a la ufología, quienes en su día especularon con que los dogones hubiesen sido receptores finales de la información astronómica facilitada por contactos extraterrestres hace 5000 años. Los hogones (chamanes del pueblo dogón) revelaron a viajeros occidentales conocimientos avanzados de astronomía, sabían que Sirio era una estrella doble, conocían los anillos de Saturno, y la periodicidad de su fiesta ancestral sigui, celebrada aproximadamente cada 50 años, tendría su raíz en el periodo orbital de Sirio B. La teoría del contacto extraterrestre fue desechada, explicándose los conocimientos astronómicos de los dogones como un proceso de asimilación cultural por contacto con viajeros occidentales.
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Para conocer la gran mezquita de la ciudad de Djenné, Patrimonio de la Humanidad, la construcción de adobe más grande del mundo. Construida en entre 1180 y 1330, es el mayor exponente de la arquitectura saheliana. Y para recordar la originaria acepción del término iconoclasta. Porque, como reflejó la prensa occidental, Mali está sufriendo la furia iconoclasta salafista, que se ha cebado con Tombuctú. Los salafistas destruyeron siete de los mausoleos de los 333 santos de Tombuctú, considerados heréticos por el extremismo salafista, y fue objeto de un brutal ataque la puerta de madera labrada de la mezquita de Sidi Yahia, que según en el misticismo sufí debía permanecer cerrada hasta el fin de los tiempos.
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Para visitar el acantilado de Bandiagara, que de forma conjunta con las viviendas construidas en él, es Patrimonio de la Humanidad. En la falla de Bandiagara vive el pueblo dogón, y entre dogones encontró inspiración y tuvo casa (entre otros lugares, como Gao y Tombuctú) Miquel Barceló entre finales de los años 80 y principios de los 90, en un ambiente tan poco propicio para un artista plástico, rodeado de polvo, luchando contra las termitas que devoraban papel y lienzo, conviviendo con altas temperaturas que aceleraban el secado de la pintura y buscando inspiración en el peculiar estilo escultórico dogón.
Porque Mali no tiene acceso al mar, pero lo bañan las ardientes arenas del Sáhara. Porque las mujeres de Bamako son hermosas. Porque sabemos que, como Teruel, Tombuctú existe, pese a la irrealidad a la que nos transporta su exótico nombre. Por sus músicos, por sus tocadores de ese hermoso instrumento de cuerda que es la kora. Porque queremos conocer algo del país de origen de muchos de los africanos que estos días empezarán a vender por las calles gorritos luminosos de Papá Noel y diademas con cornamenta de reno. Porque esperamos que algún día termine la guerra en Mali, que su gente no sufra, que dejen de quemarse instrumentos musicales y pergaminos, y que los griots puedan regresar a las calles de Tombuctú. Porque deseo que alguna vez, de verdad, podamos visitarla. Porque esperamos que los habitantes de Mali vuelvan a tener noches de paz.
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Aquí podéis escuchar dos temas de Mamadou et Mariam: La Réalité y Mon amour ↩
Bufanda de seda azul
Isabel Marant Etoile
Que mejor para completar nuestras fantasías africanas que esta delicada bufanda de seda a falta de un auténtico tagelmust tuareg.