Hoy falta un mes para que lleguen Sus Majestades. Desde que en la primera Noche de Reyes del siglo XXI los Magos de Oriente nos dejaron una reproducción del cuadro Camello en paisaje rítmico de árboles, las acuarelas casi abstractas que dibujaron Paul Klee y August Macke en su viaje a Túnez me recuerdan al lejano Oriente y a las cabalgatas1.
La Noche de Reyes de 1910 —cuando el cometa Halley anunciaba el fin del mundo— fue especial porque fue la noche en que se fraguó la gran amistad entre August Macke y Franz Marc. Cuando, pocos meses después de pintar esta acuarela, Macke murió en las trincheras, Marc escribió: «En la guerra todos somos iguales. Pero entre miles de hombres una bala hirió a uno irremplazable.» Marc murió dos años más tarde en Verdún.
Me imagino a Franz Marc, que tuvo vocación de sacerdote, como una mezcla de Félix Rodríguez de la Fuente y San Francisco de Asís, versión pintor colorista. Sentía una profunda empatía con la naturaleza en la que le parecía intuir a Dios en los animales2 que disfrutaba dibujando. Por eso, las noches del cinco de enero, aniversario de cuando se conocen estos dos buenos amigos, Marc y Macke, se me hace normal atribuir cualidades bondadosas a esos pobres camellos que cruzan el desierto cargados de regalos.
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La fascinación de nuestros alcaldes y políticos por las Cabalgatas de Reyes quizás tenga que ver con los Médicis: esta familia usó las Cabalgatas de Reyes por puro interés político, promoviendo el crecimiento de la Compagnia dei Magi y exhibiéndose ellos mismos como Reyes Magos, buscando un fundamento divino de su poder. De esta política nos quedan La adoración de los Reyes Magos de Botticelli o La capilla de los Reyes de Benozzo Gozzoli. ↩
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Podríamos afirmar que algunos años antes, Leonardo percibía el mundo de un modo similar, sentía una especial compasión por los animales. No intentaba dominar la naturaleza, quería aprender de ella tanto como fuera posible. Su primera gran obra fue la inacabada Adoración de los Reyes Magos. ↩
Las Mil Y Una Noches
Atalanta
Una elegante edición, como las que acostumbra Atalanta, del clásico más celebrado de la literatura oriental. Más de tres mil páginas de leyendas exóticas, cuentos fantásticos, mitos, relatos moralizantes y algún que otro camello.