No sĂ© muy bien el porquĂ©, pero nos suele atraer lo que nos asusta1; puede que nos guste pasar miedo porque supone volver a la infancia, cuando lo sobrenatural era algo posible. Los juguetes favoritos de mi adorable y creativo ahijado mayor —los muñecos de Alien, de los NazgĂ»l y de Gollum, la siniestra mano de Freddy Krueger o la máscara de Scream— eran los que más pesadillas le producĂan. ¡Pobre Daniel!
Cuando yo tenĂa su edad, al apagar la luz me aterrorizaba Frankenstein —habĂa visto el clásico de 1931 protagonizado por Boris Karloff— y creo que no superĂ© del todo la angustia que tenĂa al monstruo creado por Mary Shelley hasta que vi Frankenweenie con MarĂa. Mi terror al Drácula de Christoper Lee se equilibrĂł gracias al Conde Draco con su pedagĂłgico trastorno obsesivo compulsivo por los nĂşmeros.
Con Pinocho tengo todavĂa el asunto pendiente, no sĂ© si erá un caso de pupafobia o como se diga2: el hijo de Geppeto imaginado por Carlo Collodi todavĂa me inquieta; no entiendo como mi terrorĂfico Pinocho de Jesmar no fue retirado de las jugueterĂas —no comprendo que les pasara eso a las Blythe 3, Âżno serĂa más lĂłgico que el mercado hubiese castigado a las muñecas repollo, Cabbage Patch Kids? Más aĂşn conociendo las espeluznates parodias que provocaron: La pandilla basura y Chucky.
Yo, por mi parte, me quedo con los monstruos amables: los de Barrio Sésamo, Monstruos S.A., la gran Familia Monster High que tanto le gusta a Laura, Casper el fantasma bueno, los casos que tan racionalmente resuelve la pandilla de Scooby Doo… incluso a algunos que pueden llegar a ser un un poco malos.
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Dicen los expertos que los temores infantiles son como una niñera: actuán como un sistema de seguridad y conducen a evitar el peligro. ↩
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Las Blythe sĂłlo se vendieron durante un año porque a las niñas americanas de la Ă©poca les asustaba su cabeza desproporcionada y sus ojos saltones que cambiaban de color. ↩