El sonido que más relaciono con el dĂa de Reyes es la algarabĂa de las sirenas de los coches de juguete recorriendo los pasillos y chocando con todo tipo de muebles mientras duraban sus pilas. A mĂ los coches siempre me han dado bastante igual 1, y de pequeño tenĂa claro que en un mundo lleno de submarinos atĂłmicos, jets, motocicletas con sidecar y cohetes espaciales, los coches estaban algo… sobrevalorados. Vamos, que conducir como papá no era una prioridad para mĂ.
Existen dos clásicos del mundo de los coches que hicieron las delicias de muchos de los niños transitorios: el garaje plegable de Rima que tenĂan varios de mis amigos, una construcciĂłn que tenĂa elevadores, supermercado y hasta lavado automático; y el imperecedero Autocross de Congost, en el que podĂas conducir un vehĂculo rojo —gracias a un imán interior— por un vertiginoso circuito de curvas y rampas mortĂferas.
Pero sin duda, el juguete más deseado por los niños y temido por los padres era el Scalextric, un lujoso conjunto de pistas y coches teledirigidos, que suponĂa un reto a los nervios de toda mi familia a la hora de montarlo y ponerlo en marcha.
He de reconocer que el Scalextric provocaba en mĂ comportamientos temerarios cercanos a la psicopatĂa, como cuando colocaba figuras de plástico del fuerte Comansi —juguete completo, juguete Comansi— para que fueran atropelladas sin piedad por los bĂłlidos en lo que se podrĂa considerar un ejemplo práctico de darwinismo social; o cuando, en una ocurrencia nada celebrada por mis padres, decidĂ usar aceite de oliva virgen para hacer derrapar los vehĂculos en las curvas con mayores dosis de verismo.
Las reticencias de mi madre a llenar la sala de estar con el dichoso circuito —especialmente a raĂz del desgraciado episodio del aceite—, y las severas admoniciones de mi padre alertando de que se trataba de un juguete delicado que serĂa mejor guardar para cuando fuera un poco mayor, hacĂan que su uso y disfrute fueran algo excepcional y, por tanto, memorable: de mi infancia no recuerdo magdalenas a lo Proust, pero sĂ aquellos domingos con el olor de plástico caliente del transformador de 12v, de los motores de los coches y de los mandos rojos en forma de piña.