Disponemos de infinidad de juguetes musicales: sonajeros, móviles de cuna, xilófonos, tambores, flautas, acordeones, teclados de todo tipo1, armónicas, arpas de boca del Lejano Oeste, xylomatic, silbatos, panderetas, castañuelas, banjos, el simón… No sé si podríamos clasificar en esta categoría la caja de música 2 con forma de piano que me regalaron con ocho años por Navidad. Era de madera lacada y decorada a mano con motivos japoneses; dentro tenía un espejo, una bailarina con tutú, y unos compartimentos forrados en rojo donde guardaba mis pulseras y anillos; jugaba con ella, relajada con su melodía 3 (Doctor Zhivago) y encantada con su estética un pelín kitsch (adjunto documento gráfico).
Sin duda fue un regalo que me encantó, aunque todavía no tengo muy claro el motivo: supongo que esa bailarina evocaba el mundo mágico de los juguetes que cobran vida como sucede con los soldaditos de plomo, algún vaquero, los Skylanders, o los dinosaurios de Dinoviembre.
Otro clásico navideño que une juguetes, música y ballet es la representación del Cascanueces 4. No sé si cuando vayamos a la actuación benéfica en la que actúa Carlota —nuestra ahijada bailarina de ocho años— sonará Tchaikovski, pero sí estoy segura de que cuando la vea me emocionaré tanto como en las expresivas coreografías de Billy Elliot.
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No sé si habréis tenido la mala suerte de ver de pequeños Los cinco mil dedos del Doctor T.. ↩
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Dicen los estudios que a partir de la catorce semana de embarazo un bebé en el interior de su madre ya percibe sonidos que le pueden relajar o inquietar. ↩
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La música amansa a las fieras: de la misma manera, las notas de Orfeo consiguieron la clemencia de Hades para recuperar a su amada Eurídice de vuelta al mundo de los vivos. Podéis escuchar en Spotify las óperas de Glück y Monteverdi. ↩
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Es el ballet más representado en Navidad; esta adaptación de los cuentos de Hoffman fue estrenada un 18 de diciembre. ↩