Hay dos escenas en mi cabeza que resumen mi idea de que una bici es el mejor regalo que puede tener un niño.
La primera es el tierno episodio nueve de la séptima temporada de Friends en el que Ross regala una bicicleta a Phoebe, al descubrir que ésta nunca ha podido tener una 1. Phoebe se conforma con pasear feliz con ella, pero sin montar: su miedo a caerse no desaparece hasta que un paternal Ross la convence recurriendo al espíritu de la bicicleta —“… and this bike wants to be ridden and if you don’t ride it you’re killing its spirit!… The bike is dying…”. El episodio acaba con Phoebe pedaleando contenta con la seguridad de unos ruedines. La verdad es que aprender a montar en bicicleta puede parecer un logro insignificante, pero nos proporciona una de nuestras primeras grandes inyecciones de autoestima.
La otra es, por supuesto, la escena de la acrobática persecución de la pandilla de E.T. montados en sus BMX Kuwahara 2. Recuerdo el momento en que consiguí mantener el equilibrio encima de una bici con la misma emoción que cuando Elliot y E.T. comienzan a volar. La bicicleta me proporcionó mi primera sensación de independencia, estimuló mi imaginación y sociabilidad —cualquier excursión en pandilla estilo Verano Azul se convirtía en una gran aventura. Y, con el tiempo, también algo de responsabilidad y mucha prudencia.
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Sabemos que Phoebe tuvo una infancia difícil, y que su madre se suicidó justo antes de Navidad al estilo Sylvia Plath. ↩
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La mayor fábrica de bicicletas del mundo es la india Hero Cycles; ha producido más de 80 millones de bicicletas desde 1956. La capacidad de producción de la fábrica es de 16.500 bicicletas al día. ↩